Pero los estudios de lingüística textual o de gramática del discurso han modificado notablemente este planteamiento. Según éstos, cuando hablamos o escribimos (y también cuando escuchamos o leemos) construimos textos y, para hacerlo, tenemos que dominar muchas más habilidades: discriminar las informaciones relevantes de las irrelevantes, estructurarlas en un orden cronológico y comprensible, escoger las palabras adecuadas (por ejemplo, ¿'tú' o 'usted'?; ¿'hacer' o 'realizar'?; ¿'joder', 'molestar' o 'perturbar'?), conectar las frases entre sí, construir un párrafo, etcétera. Las reglas fonéticas y ortográficas, morfosintácticas y léxicas que permiten formar oraciones aceptables sólo son una parte del conjunto de conocimientos que domina el usuario de la lengua. La otra parte es la formada por las reglas que permiten elaborar textos: las reglas de 'adecuación', 'coherencia' y 'cohesión'.
Cualquier lengua presenta variaciones: todos los miembros de la comunidad lingüística no hablan ni escriben de la misma forma, ni tampoco utilizan la lengua del mismo modo en las diferentes situaciones comunicativas. Primeramente, cada persona puede escoger entre usar su variedad dialectal o el estándar. Por ejemplo, un argentino puede usar las formas americanas ('vos reís', 'frazada', 'de arriba') o las peninsulares correspondientes ('tú ríes', 'manta', 'de gorra' o 'gratis'). Esta elección tiene implicaciones importantes: las primeras formas sólo serán entendidas por algunos americanos de habla española, mientras que las segundas las entenderán todos los hispanohablantes. En segundo lugar, cada situación requiere el uso de un registro particular que está determinado por el tema del que hablamos o escribimos (general o específico), por el canal de comunicación (oral o escrito), por el propósito perseguido (por ejemplo, informar o convencer) y por la relación entre los interlocutores (formal o informal). Por ejemplo, si hablamos con un amigo de temas generales, posiblemente le diremos que nos 'duele la garganta'; mientras que, si vamos al médico, nos diagnosticará una 'faringitis' o 'laringitis'. No utilizaremos las mismas frases o palabras si escribimos una carta a alguien o si le telefoneamos para decirle lo mismo. Si queremos informar a alguien seremos objetivos e imparciales; sin embargo, si lo que pretendemos es convencerle, seremos subjetivos y parciales. Si hablamos coloquialmente con un hermano o un amigo podremos decir, con toda tranquilidad, palabras como 'joder', '¡mierda!' y 'puta', mientras que si hablamos con un desconocido será preferible decir 'fastidiar', '¡ostras!' o '¡caramba!' y 'prostituta'. Estas elecciones tienen también implicaciones importantes: puede que algunas personas desconozcan qué es una 'faringitis' o 'laringitis' y los desconocidos podrían molestarse y pensar que somos unos maleducados si utilizamos expresiones vulgares.
La adecuación es la propiedad del texto que determina la variedad (dialectal / estándar) y el registro (general / específico, oral / escrito, objetivo / subjetivo y formal / informal) que hay que usar. Los escritores competentes son 'adecuados' y conocen los recursos lingüísticos propios de cada situación. Saben cuándo hay que utilizar el estándar y también dominan los diferentes registros de la lengua (por lo menos los más usuales y los que tienen que usar más a menudo). Gregory y Carroll (1978) e Isidor Marí (1983, 1985 y 1986) han estudiado este tema a fondo.
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